16 septiembre 2007

- vidrio -

Al comienzo fue apenas una sospecha, o la mera constatación curiosa de que las piezas de vidrio que soplaba su mentora guardaban un cierto parecido con letras. Después, con la constancia de los niños obstinados, Claudia Arabia comenzó a registrar en su diario con su torpe escritura de aprendiza las letras que evocaban las piezas: Acá una vasija con forma de R, allá una pareja de ánforas que formaban una Ll, vocales de redomas y frascas de vidrio entre medias.

De a poco, las frases se fueron hilvanando; sinsentidos las primeras, ideas tercamente repetidas luego; pero Claudia diligentemente anotaba. En secreto.

Al fin, una historia se fue armando, con lentitud geológica, al ritmo del goteo que yergue las estalagmitas en las cuevas. Es difícil describir la expectación con la que Claudia aguardaba que su maestra concluyese la siguiente pieza para descifrar la letra oculta, y avanzar así un paso minúsculo en la narración autotitulada Cuento del Vidrio, que llenaba ya varios cuadernos de su diario.

Era una historia de albañiles que levantaban columnas periodísticas, de truenos provocados por dioses dragones con tos, de castillos armados de ladrillos de armadillos de nueve bandas. Era una historia sobre la paz encontrada, sobre las nubes que se posaban para dormir y retomaban el vuelo a la mañana, y en su sueño de algodón arropaban a los niños desvelados por el frío.

Las piezas de vidrio soplado se vendían por todo el mundo, se dispersaban irremediablemente, y sólo el diario de Claudia guardaba constancia de la secuencia extraordinaria de letras que su mentora produjo con ellas.


Una madrugada ardió el taller donde vivían. Se quebraron y oscurecieron las escasas piezas del almacén, se derrumbó el tejado, se carbonizó el diario, que contaba entonces cuatrocientas páginas. Claudia, adormilada, la cara tiznada, se abrazó a su mentora.

- ¿Guardaba una copia del Cuento del Vidrio? - preguntó con desesperación -. ¡Necesitamos reconstruir la secuencia de letras!

La mentora miró a la niña con genuina sorpresa.

- ¿El Cuento del Vidrio? ¿Una secuencia de letras?



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02 septiembre 2007

- bravo -

- ¡No busco vuestro aplauso! - aulló desde el escenario.

Durante cuarenta y cinco minutos, en un monólogo vejatorio y febril, el actor declaró estar harto de trabajar para obtener el reconocimiento de una audiencia de ignorantes. Increpó a su público. Lo insultó. Se refirió a él como piara, rebaño, manada. Lo trató de majadero y se rio de él por haber pagado una entrada para dejarse humillar en masa.

- ¡Desprecio el éxito! ¡Os desprecio! - bramó al fin, y cayó el telón.

El público aplaudió hasta arderle las manos. El espectáculo fue un éxito.