04 mayo 2016

- té -

Cuando a los doce años Libio Valania descubrió a Ariadna en una revista para adolescentes, quedó inmediatamente enamorado de ella y supo que sería suya no importaba lo que costase. Ella era entonces una estudiante de canto que apenas debutaba con veinticuatro años, de voz sutil y gesto tranquilo, con una mirada veteada de sabiduría y un mechón blanco que cebraba su melena oscura.

Libio empleó los siguientes seis años en averiguar todo sobre Ariadna. Supo de su preferencia por el té oriental, la ropa blanca y los gatos atigrados; conoció su afición por la pintura abstracta y las legumbres y el chocolate con naranja; siguió sus giras y coleccionó sus discos con la disciplina de un fan; supo incluso las dos virtudes que admiraba en los hombres: paciencia y nobleza.

Cuando Libio cumplió los dieciocho, Ariadna contaba treinta años, seis discos y un divorcio, y no sabía nada del joven. Siguiendo su línea obstinada, Libio decidió entonces cultivar hasta el grado superlativo las virtudes que Ariadna reclamaba.

Cruzó el mundo buscando dónde ejercitar su paciencia, y se asentó en Sri Lanka, la Lágrima de la India. Allí cultivó té blanco de Ceilán, que se recolectaba hoja a hoja con las manos. La leyenda decía que las hojas debían ser tomadas con la misma delicadeza con que un hombre debía tomar a su esposa en su primera noche, y con tanta dulzura como debía mostrarle en su última noche de ancianos antes de morir.

Libio empleó así otros seis años, y al cabo fue un hombre de veinticuatro años disciplinado y estoico, con una paciencia de piedra que emanaba de sus entrañas e infundía temor y admiración a su alrededor. Ariadna contaba treinta y seis años, había escrito dos libros, estaba casada de nuevo y tenía una hija en edad escolar.

Quiso entonces Libio descubrir la nobleza, y paradójicamente lo hizo a través de las prostitutas. Cruzó la India y parte de China caminando, y se asentó en Kirguistán, trabajando en los peores burdeles como protector de las damas. Durmió en camastros de madera, se alimentó de pan ácimo y agua, y rompió brazos y cuellos de clientes intolerables.

En los seis años que duró esta vida, Libio se acostó con todas las prostitutas de los burdeles donde trabajó para aprender las sutilezas orientales del sexo, lo que, combinado con su paciencia de recolector de té, hizo de él un amante imaginativo, diligente y sereno.

No obstante, la nobleza que hizo de Libio un hombre legendario en Kirguistán provino de una curiosa elección: a sus treinta años, con miles de mujeres en su acervo, por decisión propia no había experimentado un orgasmo. Lo reservaba para Ariadna.

El día en que Libio dejó Jalal-Abad para buscarla al fin, todas las prostitutas lo acompañaron hasta la salida de la ciudad con pañuelos negros, y durante seis semanas no hubo sexo en todo el país en señal de respeto por su causa.

El Libio que desembarcó en el puerto de Ostia para conocer a una Ariadna casada, feliz y con tres hijas no era ya el adolescente que inició su viaje, sino un hombre fuerte, de semblante serio y ojos ardientes como ascuas, dueño de un gesto imperioso y elegante ante el que los hombres se hacían menudos y las mujeres perdían el aliento. Su abdomen contenido emanaba poder, sus brazos nervudos y proporcionados infundían reverencia, sus manos de amante y recolector de té despertaban fascinación, y la determinación de su mirada abría camino entre las multitudes.

Fue este Libio quien empujó suavemente la cancela del jardín de Ariadna, desnudo el torso y alborotado el cabello por el viento romano. A sus cuarenta y dos años, nacarado ya su cabello antaño oscuro, Ariadna cultivaba té blanco de rodillas ante su villa etrusca. Su familia se encontraba lejos, atendiendo asuntos ajenos.

Ariadna quedó tan hondamente conmovida por la imponencia del hombre que avanzaba hacia ella que se apoyó sin aliento y quebró sin quererlo una planta de té. Él se acercó despaciosamente y reparó sin prisa la planta, musitando en sinhala una letanía de disculpa.

Hicieron el amor durante seis horas entre las hojas de té, que olían a miel, cobre y resina, sobre la tierra italiana, hasta que cayó la tarde sobre ellos.

El orgasmo fue único y compartido, tan intenso que iluminó la noche y produjo un temblor de tierra que se sintió en todo el Lazio, tan fecundo que a su alrededor la cosecha de té maduró en un instante y todos los jardines de la comarca florecieron. Ariadna quedó embarazada de gemelos, que de nacer habrían sido mujer y hombre, y habrían llevado nombres italokirguises nunca oídos.

Los cuerpos de Libio y Ariadna se consumieron en la fiebre del orgasmo fértil, se fundieron con la tierra, y en la villa etrusca brotó un jardín tropical de orquídeas blancas, resguardado por dos jacarandás cuyas flores cárdenas alfombraron el suelo y sobrevivieron todavía a seis inviernos.

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