04 mayo 2016

- moravia -

La vida de Aquiles Goldblum, caballero negro de traje blanco y linaje impoluto, se decidió en un instante. Recorriendo la calle Mariánská frente a la Universidad de Olomouc dio en cruzar su paso con Ryba Rybar, translúcida estudiante morava de Filosofía de cabello pajizo y más pajizas entendederas.

Aquiles Goldblum, viajero incansable y hombre de largo experimentado en el tratar de las mujeres, quedó clavado sobre un adoquín por el aroma indescriptible de Ryba.

Esa fragancia sutil y penetrante, asilvestrada, exquisita y voraz, que mordisqueaba el alma y estremecía la carne; esa emanación terrena y al tiempo etérea, que comprendía todos los matices del deseo humano; aquella esencia inefable y floral, en fin, doblegó en un soplo su libertino parecer y su negra rodilla, que hincó presto en el adoquín vecino para implorar matrimonio.

Aquiles Goldblum, cristiano ortodoxo y de buen ver, hombre cultivado, reputado galán y firme tenedor de sus promesas, que no podía pasar un segundo más de su vida sin inhalar ese efluvio soberbio, comprometió definitivamente su palabra ante la estudiante desconocida. Y Ryba Rybar, católica romántica de pasiones novelescas y casi virgen, desbordantes los ojos, accedió.

Aun desconcertado por la ausencia de la fragancia, esa misma tarde sí quiso tomar en sagrado matrimonio a la estudiante en la capilla barroca de Juan Sarkandr, antigua prisión y sitio de tortura y pasión del santo.

La noche de bodas fue eterna y decepcionante. Ryba Rybar, morava pasmada y de maneras desmañadas, demostró un erotismo rancio y confesó que solo estudiaba Filosofía mientras aguardaba soñadoramente la aparición de un príncipe. Lejos de estar impregnada de la esencia inefable que Aquiles codiciaba, emanaba desde las axilas el leve tufo a pescado que su nombre prometía, exhalaba un aliento mohoso y con solera, y poseía, en síntesis, un acervo de cualidades que la equiparaba moralmente con un congrio enfermo.
La sombría verdad se le reveló apenas un día más tarde, cuando, confuso por la inexplicable desaparición del aroma que lo había enfebrecido, Aquiles recorrió de nuevo la calle Mariánská que había visto su apasionada petición de mano. Descubrió con horror una magnífica tetrastigma trepadora con una rafflesia de Sumatra en flor que gobernaba el balcón bajo el que Aquiles había declarado su amor, y que emanaba una fragancia dolorosamente conocida.

La desdicha de Aquiles Goldblum, tenorio malogrado, buen cristiano pese a todo, hombre fiel a la palabra comprometida y al sacramento conyugal, vio todavía mayor encarecimiento cuando la rafflesia de la tetrastigma se extendió con rabiosa popularidad; en pocos meses su aroma impregnó el continente entero, desde las salas de espera hasta los retretes públicos. Pronto no hubo olfato, incluyendo naturalmente el de Aquiles y hasta el de su tarda esposa Ryba, que no la aborreciera.


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