19 septiembre 2008

- café Navidad -

Aunque no así su clientela, la decoración del café había quedado inalterada desde diciembre de 1928, cuando murió su primer dueño. Por esta razón fue apodado "café Navidad", y aunque en ninguna parte constaba que se llamase así, ochenta años después todo el mundo lo reconocía bajo esa enseña.

Entre los clientes fijos del café Navidad se hallaban dos viejos enemigos, Nuño y el Dr. Núñez. Sería más exacto decir, no obstante, que el segundo estaba enemistado con el primero.

Nuño acudía al café todas las mañanas sin excepción, a la hora de abrir, y se sentaba junto al árbol de Navidad. Allí, iluminado por las luces intermitentes, pasaba todo el día; pedía té con leche, leía el periódico, observaba bovinamente a la clientela y miraba la gente pasar por los ventanales del café. Preguntado por su actividad, Nuño se encogía de hombros y contestaba que estaba esperando.

El Dr. Núñez, por su parte, atendía a sus pacientes en una consulta del portal de enfrente, y desde la ventana vigilaba a Nuño. Estaba convencido de que era un espía enemigo, un hombre terrible, un asesino al acecho. Lo observaba y anotaba en una gruesa libreta todos sus movimientos, que eran casi nulos.

Nuño iba al baño en el café Navidad, besaba castamente en la mejilla a la camarera si coincidían bajo la rama de acebo, tomaba el menú del día, era más bien tímido cuando le preguntaban y no daba detalles sobre su vida. Cuando el dueño echaba el cierre, Nuño se sacudía la brillantina de la chaqueta y se marchaba a casa.

El Dr. Núñez se cruzaba al café a horas irregulares, tratando de sorprender a Nuño en alguna maniobra sospechosa. Nunca, en veintinueve años de frecuentarlo, desatendió el doctor su vigilancia, y nunca encontró una pista concluyente.

Por lo demás, el Dr. Núñez y Nuño, los inofensivos enemigos del café Navidad, eran personas ordinarias, idénticas a las que pasaban frente a las cadenetas y campanitas del café, a las que nunca sucedió nada fuera de lo común, y que envejecieron despacio observando uno al otro, y el otro la vida pasar a través de un ventanal con estrellas serigrafiadas.



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