04 mayo 2016

- arrumbado -

Tan sumidos estaban Hugo y Alba en sus problemas, tantas y tan amargas eran sus discusiones, que el pequeño Marte se volvió translúcido y sus padres terminaron por olvidarlo; tenía entonces seis años.

Vivía tras las cortinas y dentro de los armarios, bajo las camas y en los altillos. Caminaba en silencio, comía los restos de la nevera durante la noche e iba al baño cuando sus padres no estaban en la casa. Era un niño arrumbado.

Poco a poco, Marte se convirtió en el espíritu que en secreto intentaba aligerar la carga de sus padres. Su bracito casi transparente aparecía bajo un sofá e impedía que se hiciese añicos el retrato de Alba que Hugo arrojaba al suelo con rabia. Sus manos invisibles desconectaban el timbre de la puerta cuando se acercaba el amante de su madre, y más tarde contaminaban el retrete para que la amante de su padre contrajese pequeñas y molestas enfermedades venéreas. Y su cuerpecito menudo se descolgaba desde la lámpara durante la noche y colocaba la mano de Hugo sobre la cintura de Alba para aplacarla en sueños.

Pese a los esfuerzos del pequeño, Alba y Hugo no lograban salvar sus diferencias. Marte crecía y adelgazaba, y su cuerpo terminó por volverse del todo invisible, y tan liviano como un alfiler.

Debilitado e inerme, Marte se rindió al fin. Tras vagar por la casa desconcertado, terminó por hacer lo único que sus desaparecidas fuerzas le permitieron: se tendió entre las sábanas de sus padres para arroparlos y sentir su contacto cada noche.

Desde entonces, cada mañana Hugo y Alba se despiertan con el rostro humedecido y un sabor triste y salado en los labios que no consiguen explicarse.



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