04 mayo 2016

- batiscafo -

¡Naufragan los piratas malos! - volvía a gritar, la camisa empapada de agua y espuma, y bajaba la voz para añadir: - Y en las profundidades marinas, las bestias oceánicas morderán el casco y vivirán entre tesoros perdidos, y dentro de diez siglos quizá un explorador intrépido y mojado bajará en un batiscafo y encontrará... ¡cofres de oro y huesos de bestias legendarias!

Tiraba entonces del tapón de la bañera, dejaba una toalla seca sobre el bidet, e iba al otro cuarto de baño a atender al hermano de Marte.

Y Marte se quedaba tumbado en el agua menguante, imaginando como el barco pirata era inexorablemente arrastrado hacia el remolino, perseguido por un monstruo translúcido de diez mil costillas. Oía los gritos fieros de los bucaneros que luchaban contra la bestia hasta morir ahogados o devorados. Veía los mástiles quebrarse, rasgarse las velas, desprenderse el mascarón. Y olía el miedo de los hombres de mar, mezclado con la sal y el gel de baño infantil.

En los apenas cinco minutos que tardaba el agua en desaparecer, Marte permanecía en silencio, observando, la imaginación hirviendo de corsarios y fragatas. Y en la soledad de la bañera, a través de los huecos que dejaba la espuma, estudiaba su sexo impúber apuntando inocentemente hacia la superficie, como queriendo emerger magnífico del fondo marino. Y se desbordaba entonces su fantasía, creyendo ver a la bestia oceánica que hundía barcos y engullía piratas, y por unos breves instantes se sentía el señor de las aguas, poderoso e inmenso.

Cuando el silencio se hacía gorgoteo y las últimas aguas se retiraban, Marte vigilaba como su sexo apuntaba hacia el remolino, empujado por la corriente; y veía entonces al batiscafo que, diez siglos más tarde, perseguía los restos de la fragata rastreando tesoros fabulosos y osamentas de monstruos imposibles. Y se sentía entonces un explorador intrépido, un arqueólogo pionero cazador de tesoros, y durante esos instantes era un hombre célebre y admirado, y su sexo era un batiscafo legendario.

El trance fantástico en que se sumía era tan profundo que, vaciada la bañera y frío el cuerpecillo, Marte seguía mirando su cuerpo y soñando con el batiscafo. Y entonces realmente escuchaba las voces de los dos tripulantes dialogando en voz baja:

- Gira quince grados, aquí, por la abertura de babor. Entrando en el casco.
- No veo bien, enciende las halógenas de fondo. Y vigílame el compartimento balasto de proa.
- Luces encendidas. ¿Ves algo?
- Espera, sí, ¡mira! ¡Detrás de las algas! ¿Es... un cráneo?
- ¡Oh!

Y Marte escuchaba las voces que resonaban roncas en el baño, hipnotizado, transportado a la exploración de la fragata hundida en el fondo oscuro de la bañera, más allá del desagüe. Las voces eran tan lejanas que casi dudaba si eran efecto de su imaginación, pero en ocasiones llegaban tan claras, y traían palabras tan indudablemente náuticas, que solo podían ser de los auténticos tripulantes de su pequeño batiscafo.

Al oír las voces de su hermano y su padre en el pasillo, Marte salía de su ensueño y estornudaba de frío.

Se apresuraba entonces: se incorporaba, secaba deprisa su cuerpecillo aterido, y salía tranquilamente del baño, pretendiendo que nada extraordinario había ocurrido en aquella bañera, que el cuento de piratas y tesoros era en efecto un cuento, y que su sexo no escondía los secretos de las bestias oceánicas y los intrépidos tripulantes del batiscafo.

Marte no volvió a recordar aquellos días hasta treinta años después, en el funeral por un viejísimo locutor que había protagonizado radionovelas de aventuras en su juventud. Era un hombre algo entrañable, un vecino de la familia, del que se pronunciaron grandes elogios en aquella triste ocasión.




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