30 agosto 2007

- euritmia -

No hay nada especial en cada detalle de su figura por separado: Sus ojos no son más luminosos, ni sus labios más apetecibles, ni más suave al roce su piel que la de cualquier otro hombre atractivo. Pero observado en su conjunto, Hugo Ambriz posee una belleza indescriptible, inhumana, o quizá dolorosamente humana.

Es difícil identificar en qué se manifiesta su belleza. Se trata quizá de la combinación exacta de dulzura y firmeza, vulnerabilidad y fuerza. Observando atentamente a Hugo, por ejemplo, se podría decir sin temor al absurdo que la cadencia de su voz algo ronca armoniza con precisión con el color dorado y un poco turbio de sus ojos, o que de algún modo inconsciente logra sincronizar el parpadeo con el ritmo de balanceo de los brazos al caminar. Se trata de una euritmia sutil de todos sus rasgos que produce, no obstante, un efecto imponente.

Sobre Hugo Ambriz pesa, como pronto se comprenderá, una penosa tragedia. Precisamente por su extraordinaria belleza, Hugo presenta un trastorno mental agudo que ha hecho de él un monstruo femicida.

Desde su nacimiento, Hugo ha producido un efecto devastador en las mujeres. No se trata ya de que no pudieran resistir sus encantos, lo que es un fenómeno relativamente común en ciertos niños. Las mujeres que han rodeado a Hugo no han podido evitar, por utilizar un término prudente, abusar de él, de maneras que sólo se pueden calificar entre lo feroz y lo aberrante.


Para salvaguarda frente al horror, no hay necesidad de más detalle sobre este aspecto, salvo que las atrocidades se han sucedido en la vida de Hugo Ambriz desde el estricto momento de su nacimiento hasta sus actuales diecinueve años.

La enfermedad mental de Hugo, comprensible dada su amarga infancia, se manifiesta en una acre misoginia de una crueldad calculada. Por decirlo brevemente, desde los catorce años Hugo parece haberse hecho con la situación y la ha vuelto con virulencia hacia las mujeres, mientras viaja constantemente para eludir la captura y el internamiento. Su habilidad natural para el disfraz y una inteligencia despiadada hacen de Hugo Ambriz un peligro itinerante.

Bastará con citar apenas un par de ejemplos para comprender el alcance de la amenaza: A los dieciséis años logró introducirse en un convento de clausura en Brescia bajo el falso pretexto de revisar la instalación del gas. Sólo seis meses después se recalificaba el local abandonado y comenzaba la construcción de ochocientas viviendas.

Un año más tarde, en una carnicería que sacudiría una tranquila comunidad cerca de Ginebra, treinta y una adolescentes de entre catorce y dieciséis años morían despeñadas en un campamento juvenil en los Alpes. Trataban desesperadamente de alcanzar a Hugo Ambriz trepando por los cables de un funicular detenido, mientras él leía apaciblemente un periódico local en la cabina suspendida en el vacío.

Aunque formalmente no ha cometido ningún delito, en la actualidad Hugo Ambriz está buscado por la Interpol para su internamiento en una institución psiquiátrica. Visítese la página de la Interpol para ver dos fotografías, de rostro y de cuerpo entero, con el aspecto que tenía a los dieciocho años, es decir, hace un año. Su último paradero conocido es Copenhague.

Cualquier información será gratificada.



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