13 julio 2006

- espirales -

La habitación es una estancia mínima, de aire seco y abrasador, con la ventana abierta sobre las dos mil doce luces de un Madrid que cerca inquieto su sueño de miércoles. Pienso en los dos mil doce insomnes sofocados, pateando las sábanas a los pies de la cama, espiando con ansiedad los dígitos verdes del despertador, y esos dos puntitos que burlones guiñan y reguiñan, marcando el ritmo garboso al que llegará la mañana.

Tras tanto reencontrada, la mujer que a mi lado contempla desnuda y silenciosa el paisaje urbano me escucha divagar, sin recelar que sólo hablo y hablo para que continúe mirando lejos, distraída, inmóvil, y pueda yo perderme cautivo en su perfil penumbroso.

Me fallan al fin las palabras, aunque siga mi mano trazando espirales en su espalda. Se gira hacia mí, buscando la razón de mi silencio.

- ¿De qué te ríes? - pregunta.
- No me río. Sonrío - repongo.
- ¿Y por qué sonríes?
- Porque estoy a gusto.

Piensa unos segundos.

- Antes sonreías mucho menos.


[Cuadro: Madrid de noche, José Javier Cabello]