26 octubre 2006

- favor que usted me hace -

He estado consultando las pirámides de población proyectadas para 2050, y todas las previsiones apuntan a que habrá una cantidad masiva de mujeres mayores de ochenta años (lo llaman la "cuarta edad"), y he pensado que no quiero que seas una vieja.

Y como me deleitas cuando te sorprendo en el descansillo, porque se hacen dos lunas tus mejillas asombradas, o bien dos volcanes irrigados de lava candorosa, y en ambos casos tu pecho se agita y se agita mi pecho, he pensado también en lo indignamente que se te descolgarían las carnes y cómo tus ojos permanecerían idénticos aunque enmarcados en la blanda flaccidez de unos pellejos que hoy no existen si visitases esa cuarta edad, o incluso una tercera o segunda.

Por otra parte, y sin ánimo ya de embarullarse mucho con consideraciones banales sobre la memoria, he pensado que no has hecho absolutamente nada destacable en tu vida, sin duda por falta de tiempo, salvo irradiar sensualmente esa belleza inhumana (lo que, incidentalmente sea dicho, no es mérito tuyo), y por tanto hay poco o nada por lo que puedas ser recordada en otros tiempos aún por venir.

De modo que he pensado en matarte de un modo tan monstruoso, dejando, descuida, intacta tu belleza, que tu amable recuerdo no se olvide nunca, aunque sí tus pequeños defectos perdonables, y así puedan otros, siempre, citarte con justicia en las enciclopedias y los museos o las webs con las fotos y los vídeos de estos días que tanto disfrutamos.

En otras palabras, y sin extenderme más, he venido a inmortalizarte.