17 mayo 2007

- hilos sueltos -

Don César Fil Cabeza de Vaca coleccionaba hilos sueltos de entomólogos.

No se trataba de una manía obsesiva compulsiva, sino más bien de un juego. Durante siete años fue miembro de la Sociedad Española de Entomología Aplicada, pese a no sentir el menor interés por los insectos. Asistió puntualmente a todos los congresos, conoció personalmente a centenares de entomólogos profesionales y aficionados, y recogió sus hilos sueltos.

Minucioso como era, Don César desarrolló un método de obtención de hilos sueltos en cuatro fases: Avistamiento, urdimbre, captura y archivo.

El avistamiento sucedía a menudo casualmente: En una conversación informal, Don César identificaba un hilo suelto asomando del puño de la chaqueta de un entomólogo, o sobresaliendo peligrosamente de su bragueta, o simplemente adherido a un jersey.

Durante la urdimbre, Don César maquinaba cuidadosamente el modo de capturar el hilo suelto sin que su dueño se apercibiera. Tramaba estrategias sofisticadas y fantasiosas, que iban mucho más allá del mero apresamiento por despiste o, inimaginable, por petición directa.

La fase de captura era la más emocionante. La concentración de Don César era tal que sus manos se volvían instrumentos de precisión entomológica para la caza del hilo suelto codiciado, y la descarga de adrenalina era tan intensa que los perros en un radio de quince metros comenzaban a aullar.

Por último, Don César completaba el archivado en la intimidad, etiquetando cada hilo con nombre, fecha, lugar y método de captura, para luego encerrarlo en una minúscula cajita de cristal que jamás volvía a abrir. Todas las cajitas se conservaban en una gran caja de madera con el rótulo "Hilos sueltos de entomólogos".

Sería un error pensar que Don César Fil Cabeza de Vaca era el habitual coleccionista oscuro y retraído. Muy al contrario, era un hombretón orondo y bonachón, que a sus recién cumplidos veinticuatro años contrajo matrimonio con una bioquímica delgadita, macilenta y de aspecto jirafesco, que jamás conoció la afición secreta de su marido.

De tan provechosa unión nació un único vástago, que darían en llamar Don César Fil Tachocol, conocido como Don César Hijo, que dedicó cuarenta años de su vida al estudio del protocolo y la etiqueta, muy posiblemente en busca de un orden en el Universo que compensase el desorden de su por demás atribulada alma, lo que le valió el puesto de Jefe de Protocolo de la Casa de Alba a la temprana edad de sesenta años.

A la muerte de Don César, Don César Hijo heredó las posesiones de su padre. Quedó inmediatamente fascinado por la minuciosidad y la belleza de la colección secreta de hilos sueltos.

Huelga decir que, contagiado de la inspiración de su padre, pero no así de su buen gusto, Don César Hijo comenzó inmediatamente su propia colección: "Trapos sucios de la nobleza", que en sentido literal se compuso de pequeñas rapiñas de ropa interior aderezada de los frenazos e incontinencias de las más ilustres partes pudendas de nuestros días.


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